domingo 09 de enero de 2011

La palabra iluminada: la Grecia de los poetas


No. Este no es un blog de crítica de crítica. O también. El hecho es que debemos pedir disculpas por comenzar criticando un libro de crítica. O tal vez no, pues tal vez sea la crítica esa parte de la literatura hondureña que más debe mudar hacia una conciencia de vocación  rupturista y enriquecedora. Tal vez el verdadero papel de la crítica en un país casi analfabeto como Honduras debería de ser la pedagogía de la lectura, no desde el púlpito cardenalicio y mediático que suele ostentar en países como España, Argentina, México y Chile, donde el crítico parece tener privilegios plenipotenciarios, sino desde su papel como generadora de pensamiento, no único, no lineal, no dirigido, sino estimulador. Sí, es verdad, es nuestra triste realidad. No se ofenda nadie. Aquí aún no aprendemos a leer. Aquí, como dice Roberto Sosa, somos tan pequeños que ni siquiera hemos aprendido a llover. 
Dicho esto, ya podemos comenzar a hablar sobre La palabra iluminada, un libro que apareció en el año 2007 en una bonita edición de la editorial Letra Negra, y cuya autora-compiladora es Helen Umaña. Entre el mundillo literario hondureño parece haber unanimidad en tanto que esta escritora de origen guatemalteco es la más importante crítica de nuestro país. En este blog, creemos que Helen Umaña es un pilar fundamental para el conocimiento de la literatura hondureña, pese a que el nivel de su trabajo nos parece más el de una entusiasta periodista o una prolífica reseñista que el de una filóloga, siendo ella una egresada de Lengua y Literatura Española e Hispanoamericana. Lo mismo podríamos decir de Sara Rolla y Hernán Antonio Bermúdez, a quienes la ignorancia del ciego y también la del tuerto -que la tiene- los ha elevado a categorías que no les corresponden. Y decimos esto conscientes del escándalo que puede suscitar entre los patrioteros afines a la bondad de ambas escritoras y del crítico en cuestión. Lo cierto es que –centrémonos en Umaña– el problema de esa falta de profundidad proviene de la necesidad de querer abarcarlo todo, típico error de principiantes, comprensible en una realidad como la nuestra, donde todo es inédito y las cosas aún no tienen nombre.
Así que sobre esto basamos nuestra primera crítica al libro La palabra iluminada, una recopilación de la escandalosa cantidad de seiscientos noventa y tres libros de poesía (o versificados, como dice Umaña), de un total de quinientos cuarenta y dos autores, la mayoría de los cuales están vivos y amenazan con seguir publicando. Parece que la Grecia clásica es una aldea de unos pocos poetas al lado de lo que representan los distritos de Tegucigalpa y San Pedro Sula, que son los lugares desde donde más se perpetran estos crímenes de lesa poesía. Es verdad que Umaña aclara en las primeras páginas que corre y asume los riesgos de una visión general, sin embargo eso no exime al libro de sus defectos y de que sea susceptible de toda crítica y opinión.
Desde aquí nos preguntamos, ¿de qué puede servir para la poesía hondureña hacer un censo poblacional de poetas? Energía y talento desperdiciado. Es como hacer una guía telefónica (y ojo, que La palabra iluminada excede en lo groso, mas no en lo soso, a un bloque de cemento o una guía de Hondutel con sus respectivas páginas amarillas).
Desde la introducción del libro comenzamos mal: la compiladora comienza a enumerar definiciones acerca de la poesía: poetas como Lorca, Perse y Borges junto a algunos poetas hondureños que empobrecen la tentativa intelectual. Acaso esto se debe a esa necesidad de universalizar lo hondureño a como dé lugar. Y no es que queramos ser excesivamente negativos, o que carguemos complejos de inferioridad, pues, para poner un ejemplo, tenemos allí la definición de un guatemalteco, Luis Cardoza y Aragón, que nos parece ejemplar: “Las poesía es la prueba más alta de la existencia del hombre”. Pero al lado aparece una patética y cursi expresión de un Oscar Acosta trasnochado que dice con un feísimo superlativo (valga nuestro superlativo): “Madre dulcísima, origen de todas las cosas”. Incluso la definición de Sosa nos parece muy poco acertada y enrevesada. Pero no es culpa de los poetas, sino del crítico que se encarga de pretender elevar a categorías universales los versitos de patio. Más adelante, nos sorprende que en términos de teoría literaria, el libro de Helen Umaña comienza apoyándose en Galel Cárdenas, un profesor de nulos méritos en el campo de la crítica y de la poesía hondureña, a quien llama, con reverencia y pompa, de Doctor. Así, con mayúscula. Nos preguntamos por qué no llama de doctor a Borges, que tiene una baraja de doctorados honoris causa. En términos literarios, un crítico debería de valer por lo que escribe o por el nivel de su lectura antes que por la pura denominación. Típica macanería hondureña.
Vayamos a la primera parte del libro, donde nos habla del neoclasicismo, el romanticismo y el modernismo. Ninguna voz nueva, es decir, ningún descubrimiento para el lector en lo que se refiere a la inclusión de poetas como Jeremías Cisneros, Adán Cuevas, Félix Tejeda, Josefa Carrasco, entre otros. Poetas en el más merecido olvido. Sus versos carecían de la irreverencia de un Juan Ramón Molina o de la profundidad de un Antonio José Rivas. ¿Para qué exhumar cadáveres que ya son menos que huesos? ¿No hubiera sido mejor un análisis más amplio y renovado del "Himno a la materia", o de la obra de Molina o Turcios, ya con un aparato crítico con referencias bibliográficas actuales? Ahí está, por ejemplo, el estudio de José Antonio Funes sobre el modernismo en Centroamérica, un ejemplo de investigación y profundidad científica. La compiladora nos dice que Félix Tejeda, un poeta de Yoro, “dejó un conjunto de poemas donde repite temas y gastadas formas románticas”. Luego se limita a citar cuatro versos con un sic., para finalmente, en dos líneas, decirnos que la importancia de este poeta radica en que quizás haya escrito algunos de los primeros versos metapoéticos de la literatura hondureña: "Yo floto en la ondulante cabellera / De la aurora gentil y pregonera / Del sol que dora el firmamento azul". Hombre, pues a lo mejor el primero fue Chichicaste Rodriguez o Persiliano Pascual. Este tipo de datos pueden servir para adornar un artículo crítico sobre lo metapoético en la literatura hondureña, y sería un dato interesantísimo como precedente en un ensayo sobre la obra de Cardona Bulnes, si es que Bulnes lo hubiera leído o citado o al menos coincidio, ya forzando la cosas, por ejemplo. Pero en un panorama tan vasto de la literatura parece carente de seriedad, mas aún cuando la crítica no cita fuentes ni referencias.  
En cambio, nos parece muy acertada Helen Umaña cuando abre nuevos caminos sobre la lectura de la obra de Molina, al situarlo como –y explicar por qué–  es un poeta visionario que ya se encontraba con un pie en el posmodernismo. ¡Más de cien páginas de poetas mediocres y datos inútiles para llegar a un punto de interés! Esto, aunque no parezca, se debe a la carencia de herramientas de investigación, a la dejadez -sobre todo- de nuestros críticos, que prefieren hacer reseñitas antes que dedicar tiempo a trabajos más específicos pero de mayor envergadura. Tal vez sea miedo a decir cosas, tal vez pereza, tal vez la dificultad por la lucha del sustento diario que padecemos en Honduras, tal vez todo eso. 
Demos un salto hacia la parte del libro que Umaña llama de "Vanguardia y realismo social". Aquí la compiladora parece tener mayor dominio del tema. A lo mejor por la contemporaneidad, lo que nos parece un síntoma paradójico porque suele existir más dificultad para analizar lo actual (justamente por lo impredecible y vertiginoso de los cambios) que para analizar épocas y etapas más definidas y estudiadas como el modernismo del siglo XIX. Nos llama la atención la escasa explicación que nos proporciona Umaña para explicarnos por qué decide encasillar a poetas como Roberto Sosa, Rigoberto Paredes y Nelson Merren dentro del término “vanguardia”. Por una parte, ella explica que en Centroamérica la renovación vanguardista en varios aspectos (lo onírico, la experimentación, el cosmopolitismo, etc.) solo se dio en Nicaragua y en menor escala en Guatemala y El Salvador. Luego dice que en Honduras los cambios fueron tardíos y carecieron de iconoclastia e irreverencia. Culpa a la generación del régimen del dictador Carías. Y tiene toda la razón. Según Umaña, las tendencias vanguardistas vienen a verse hasta la generación del 50, gracias a que poetas como Clementina Suárez, Jacobo Cárcamo, Claudio Barrera, entre otros, prepararon ese camino. Entonces, ¿por eso Roberto Sosa y Rigoberto Paredes serían poetas que están dentro de un programa denominado Vanguardia? Si acaso, deberíamos de decir “vanguardia”. No nos interesan las clasificaciones tanto como te está pareciendo, querido lector, pero creemos que el crítico, por su naturaleza, debería de ubicar en otro epígrafe a estos poetas. Sí, es cierto que el capítulo al que nos referimos se llama "La vanguardia y el realismo social". Aceptemos, pues, eso de realismo social. Ninguno de los términos encaja con los poetas citados. Para el caso, qué tienen de realismo imágenes sosianas como: “dejo mi sangre escrita en un oscuro ramo”, “los que se han dormido en un museo de cera vigilados por maniquíes de metal violento”. O qué tiene de vanguardia, digamos por a la ligera surrealismo, dadaísmo, futurismo, etc., versos de Paredes como: “¿Qué ganas con guardar bajo lujosas prendas / lo que polvo será, hedionda cosa? / Toma ejemplo de Helena, impúdica y prudente, / a quienes los hombres daban vida y reino por un rato de cama”. Estos versos, si acaso, más que vanguardia están más próximos a la antipoesía y habría que situarlos dentro de la posvanguardia en Latinoamérica. O un poeta como el Cardona Bulnes de Los interiores y del Jonás, ¿qué hace dentro de la casilla vanguardia? Solo son discrepancias, en todo caso, estamos seguros de que cuando Helen Umaña dice “vanguardia”, no dice “vanguardia histórica”, pero nuestra crítica va orientada al hecho de que faltan datos, faltan justificaciones más profundas para que un libro con finalidad panorámica logre darnos mejores perspectivas y explicaciones sobre el fenómeno poético. Nuestra discrepancia se resume al siguiente planteamiento: si el periodo de la vanguardias lo ubicamos, más o menos, entre 1915-1935, ¿cómo es que un poeta como Nelson Merren que nació en 1931 puede ser vanguardista? En todo caso sería un tardío, un atrasado (o retrasado), literariamente hablando. Pero poetas como Sosa, Merren, Bulnes y Paredes no nos parecen poetas tan anacrónicos. El propio Sosa gana el Adonáis en 1968, siendo un premio que privilegia las voces jóvenes, aunque en los últimos diez años el Adonáis ha perdido mucho de aquel prestigio y tiene tufo a viejito.
Para rematar esa parte del libro, una joya: Herman Allan Padgett (QEPD) aparece en la sección vanguardia y realismo social con un libro titulado, oh vergüenza ajena, Selecciones de la Escuelita Alegre. Volvemos a lo mismo: ¿para qué talar árboles y gastar papel solo para hacer una guía telefónica donde un fulano aparece por el simple hecho de haber impreso unos garabatos ridículos? Culpa del crítico, señores, culpa del crítico.
Termina el libro (después hay un apartado de “otros poetas” que es absolutamente prescindible) con lo que Umaña llama “La Posvanguardia. La Generación de 1984”. Todo mayúsculo, para que respeten. Abre con César Lazo y cierra con Carlos Ordóñez. Aquí hay otros enredos de difícil comprensión. Si un poeta como José Gonzalez (1953) aparece en la sección de “Vanguardia y realismo social”, cómo es que su contemporáneo Segisfredo Infante (1956) está apuntado en la Posvanguardia? Otra vez Umaña vuelve a mencionar que se debe a que muchos escriben una poesía desfasada, pero entonces no entendemos para qué llamarla de posvanguardia y para qué su inclusión. Además, nos parece excesivo acuñar un término de “generación” a un período tan amplio y diverso en términos estéticos. Por generación no nos encerramos solo en lo cronológico (los 15 años que decía Ortega y Gasset), sino también en las preocupaciones y coincidencias estéticas. Para el caso, ¿en qué se parecen los poemas conservadores y desafortunados de Segisfredo Infante, los estrambóticos arpegios de López Murcia, los accesos furibundos de Lety Elvir, los avejentados de Jorge Luis Oviedo, o la poesía educadita de José Antonio Funes con los poemas de los últimos compilados, por poner un ejemplo: Néstor Ulloa (tiene hallazgos, es inteligente, pero su texto decae), Rolando Kattán (poesía que quiere ser hippie con corbata, aburguesada, para conquistar muchachitas de tacón), Carlos Ordóñez (que nos cansa con su pose de apartado y muy existencial, aunque su texto es inteligente), Tomy Barahona (irreverente, con ganas de romper paradigmas, pero sin dominio de la palabra, imágenes cursis como “fragancia de galaxias), Dennis Ávila (demasiado llorón y despechado, pero muy imaginativo), Giovanni Rodríguez (quiere ser niño malo a como dé lugar, pero su texto es ordenado)? Entonces, ¿qué generación es esta que llama "De 1984"?
En resumen, hay dos últimas observaciones: primero, la falta de rigor en la teoría crítica escogida. No hay un sistema de citas propio de un filólogo, no hay bibliografía crítica actualizada. Lamentamos que habiendo un Ortega y Gasset, un Yurkievich, la compiladora insista en citar los criterios erráticos de Galel Cárdenas o citar a Salvador Madrid para hablar de su generación…
Si este libro tuviera solo lo esencial, sin duda sería una referencia ineludible y digna de transformarse en una de las mejores antologías de la poesía hondureña. Sobran por lo menos seiscientos poetas o versificadores. El libro peca de una mezcla de ambición, ingenuidad y entusiasmo.
Aciertos del libro La palabra iluminada: cuando la compiladora quiere hacer crítica de verdad, como en el citado caso de Molina, en el caso de Cardona Bulnes e incluso de los poetas más jóvenes antes citados, su texto se vuelve más sólido, agudo, visionario, porque no es condescendiente, pero tampoco aplastante, dice lo justo. Estupendas resultan también algunas notas contextuales al inicio de cada capítulo: buenos resúmenes sobre los periodos o movimientos literarios. No cabe duda de que Helen Umaña tiene una mirada sensible e inteligente, un gusto refinado, pero que necesita ser más selectiva para el bien de la literatura y para que nos siga enseñando con su iluminada palabra.
Nota general del libro: 60% (estaba aplazada con un 59%, pero uno de los colaboradores de Tegucigalpa le regaló un punto para aprobar el libro “de panza”)
Nota por su dedicación: 90% (sobresaliente. Menos 10 porque algunos escritores no valían la pena)
Nota por su objetividad a la hora de criticar: 50% (aplazada)

15 comentarios:

  1. Primera parte: Argumentemos teóricamente, no con críticas absurdas de procederes personales como en los que catalogan a Kattán, Geovanni Rodríguez y Funes. Seamos más serios y comprometidos con lo que ofrecemos en la introducción del blog. El manejo retórico de su artículo, bien. La argumentación, débil, colmada de quejas, provista de nada. Supongo que dirán que soy uno de los muchos de quienes hablan, para justificar sus básicas lamentaciones. Crean o no, no soy ninguno de ellos.

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  2. No teman publicar mi comentario.

    Mauro.

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  3. Estimado Anónimo: gracias por su comentario. Bienvenidas las discrepancias. No somos dueños de la verdad, ya lo hemos dicho. Opinamos. Aunque este es un espacio para la crítica, queremos aclarar que es un simple blog, al margen de la argumentación puramente filológica. Nuestras observaciones son personales y respetamos a quien considere que X o Y poeta es mejor o peor. Lo mismo esperamos para nosotros: ¿acaso decir Rodríguez juega al niño malo en términos literarios, que Kattán es aburguesado y timorato, que un poeta tiene poses existenciales o el otro es un cursi, nos está vedado? No, no lo creemos. Sin embargo la argumentación que usted pide tal vez la tenga en un futuro, si decidimos criticar alguno de esos libros. Y fíjese: hemos dicho, para tomar el ejemplo de Rodríguez, que su texto poético es ordenado, que no es poca cosa en un medio tan descabellado. De Funes, hemos elogiado su trabajo ensayístico, pero seguimos creyendo que sus formas poéticas son muy "educaditas". Opiniones, discrepancias, electivas... Gracias por su participación.

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  4. Acabamos de ver que su nombre es Mauro. Muchas gracias, Mauro.

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  5. Hellen los recopiló a todos aún sabiendo que muchos no eran buenos, creo que es un texto base en la medida que a partir de él ya hay un intento de crítica, lo demás nos corresponde a nosotros, les toca a ustedes sacar su palabra iluminada, le harán mejor a este pueblo si lo educan, si le enseñan a leer, anímense, no se queden con este mediocre intento de crítica, se ve que saben mucho

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  6. Estimado Anónimo:

    Toda la razón para usted. Sabemos la forma en que Helen lo recopiló. Lo dice, asume riesgos en una visión general. Pero nosotros hemos querido señalar aspectos erráticos con el afán de que tal vez puedan ser de utilidad. O a lo mejor no sirve de nada. En todo caso creemos que el debate es un buen punto de partida para que aprendamos todos. La mediocridad es una difícil cruz contra la que cada uno avanza como puede. Seguramente en el camino algo de ella pueda borrarse. Muchas gracias por su comentario.

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  7. Deseo conocer valoración literaria de la obra narrativa de Aída Castañeda

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  8. vaya, vaya, si siguen asi, los voy a sacar en mi palabra iluminada, un mamotreto que aun tengo en galeras para recopilar toda la inteligencia que trasudan en su prosa, nuevos señoritos de la critica hondurensis... publiquen mi comentario

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  9. Señor Anónimo (del 23 de enero): claro que lo publicamos, sobre todo por su piropo y por "toda la inteligencia que trasuda en su prosa". Gracias por su comentario, saludos "hondurensis" (¿?).

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  10. Juan Lector, creo percibir algo de esnobismo o exhibicionismo o fetichismo o narcisismo o vedettismo en esa actitud de voraces depredadores o de policias de las letras que usted(es) profesa(n) en este pais con nombre de abismo. Los esclarecidos pierden el tiempo comentando las gilipolleces escritas en nuestro suelo patrio por autores de segunda y tercera. Deleinten a sus fans con una lirica y una ficcion que cale cada vez que saquemos la nariz de este trasnochado muladar.

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  11. Soy anònimo del 9 de enero; es decir... Mauro. No los aquellos a lo boca de Salvador Madrid.
    Bien, dejemosnos de crisis de jipiosos seudo intelectuales.

    Me agrada su labor, mi comentario de aquel dìa se basò en la fatua teorìa en su momento; sin embargo, no menosprecio su intento, y sì... es juicio personal no pedagogìa filològica.

    Sigan adelante.

    Antes de que se me olvide, al anònimo del 27 de enero; lo de "gilipolleces" me suena a que tiene una novia españoleta, o quiere contarnos que conoce palabras fuera del contexto geogràfico. Amiguito, hay buena literatura hondureña, hay buena crìtica literaria, el problema es gente como usted; como igual, es cierto, hay autores que dan ganas de llorar; me parece una definitiva estupidez que conglomere a a buenos con malos; lea, amigo mìo, lea.

    Ya para irme... Espero alguna crìtica sobre la OBRA de Mario Gallardo, pero ya que en el pasado cayeron en detalles personales, pues... ¿què tan cierto es que ese que pido es una "wikipedia de autores" y no un analista? ¿es pose? ¿Sirve para la literatura?

    Saludos.

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  12. Sr. Juan Lector, debía investigar más. Helen no nació en Guatemala sino en Honduras de donde tuvo que huir tras la persecución golpista de aquella época. Y, además, recurrir a descripciones de la dificultad que tenga o no un investigador para ganarse el sustento no es un dato ni literario ni mucho menos de objeto crítico sino más bien cobarde y personal de su parte, así como su perfil oculto o mi anonimato.

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  13. Felicidades!!!!
    Por fin un blog de verdadera crítica literaria.

    Muchas gracias por existir!!!

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  14. me parece que el Sr.juan lector se cree super inteligente o que segun el su pais es la cuna de los mejores poetas !

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  15. No había leído su blog y me parece buenísimo, ameno y con argumentos que llaman a reflexionar. ¿Qué pasó que no continuaron? Deberían hacerlo, si no, nos vamos a morir ahogados en tanta mala poesía.

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